jueves, 19 de marzo de 2009

Relats fets a classe III

Rey de corazones


Amanecía pronto en Barcelona y una ligera lluvia acompañaba al viento frío que gobernaba en sus calles. El comisario Fle salía de casa para empezar el día. Dos horas más tarde su hija Ivett saldría también para comprar algunos regalos navideños.
-Algún colgante para mamá, un libro y una corbata para papá. – murmuraba. –Todavía no sé qué quiere Susana…
Al coger el coche, Fle observó que la ciudad todavía dormía. La plaza de Cataluña no le parecía la misma sin su gente andando de arriba abajo. Al llegar a Paseo de Gracia aparcó. Se bajó del automóvil y al echar a andar vio su propio reflejo en el cristal. A sus cincuenta y cinco años él no creía verse muy mal, pero algunas arrugas se asomaban por su frente dando así a su pelo negro un aspecto más canoso. Sus ojos, claros cómo la miel, habían visto tantas cosas, tantos crímenes e injurias que un ciudadano normal no creería que existiesen. Los labios los tenía gruesos, aunque el de arriba ligeramente más pronunciado.
-Debo hacer ejercicio, me parece que he engordado más de la cuenta.- se quejó.
Se paró a desayunar en la cafetería de siempre. Era pequeña y cálida y no solía ir mucha gente. Por eso le gustaba.
Entró en comisaría y saludó a los compañeros.
-Por favor Ibáñez, que no me molesten si no es algo muy grave. Tengo un asunto importante y quiero aclararlo cuanto antes. –pidió Fle.
-Vale, estaré al tanto – obedeció el ayudante.
El comisario se puso a trabajar dejándose la piel en una profesión a la que había dedicado su vida entera.
Tres horas más tarde, Ibáñez irrumpía en su despacho muy alterado.
-Comisario, verá… esto… no se cómo decírselo… -el chico hablaba muy rápidamente y sin explicar nada concreto. – Se ha encontrado a su hija en la calle Massanet. El caso es que está muy rara. Tiene los ojos en blanco y la boca abierta. Está completamente llena de sangre y no tiene corazón. Es algo realmente extraño.
Fle no se podía creer lo que oía. Su hija, ¿muerta? ¿Su niña pequeña sin corazón? ¿Qué había pasado? ¿Por qué Ivett? Su cabeza se llenaba de preguntas, su mente no dejaba de imaginar lo ocurrido con los pocos datos que tenía y su subconsciente intentaba, todavía, hacerse a la idea de que era una broma, de que cuando llegase a casa su hija le estaría esperando con esa magnífica sonrisa que tenía.
-Coge el coche patrulla, llévame allí. ¡Ahora! –gritó el comisario.
Ibáñez obedeció sin dudar. Subieron al coche y el ayudante le fue contando lo que sabía. Pero Fle no atendía a sus palabras. Estaba asustado, tenía dudas. Quería a su hija por encima de todo y el que lo hubiese hecho iba a pagar muy caro lo ocurrido.
Llegaron a la calle Massanet. Había un callejón oscuro con alguna que otra caja tirada por en medio. En el suelo estaba tendido el cuerpo de Ivett. Era verdad lo que Ibáñez le había contado. El rostro de la chica sin vida tenía expresión de sorpresa y sus ojos, totalmente en blanco, habían llorado lágrimas de sangre. En su pecho había un gran agujero en el lugar donde tendría que estar el corazón.
El padre fue corriendo hacía el cuerpo inerte y lo abrazó como si con ello fuese a conseguir devolverle la vida. Lloró, lloró hasta que se quedó sin lágrimas. Llamaron a la madre de Ivett, que llegó en pocos minutos.
Cinco días después volvió al trabajo. El día a día se le hacía arduo y si estaba en su casa y no veía a su niña se derrumbaba. Sentía una gran angustia por todo el cuerpo y empezaba a pensar que su vida ya no valía nada. Pese a eso, cuando volvió a la comisaría se puso a investigar el caso de su hija. Fle, al culpable, lo quería muerto.
Los primeros días fue recopilando toda la información que tenía del caso: fotografías, informes, noticias del periódico,…
Buscó a toda la gente que había pasado por Massanet y por los alrededores en las cuatro horas anteriores. Las interrogó, pero nadie vio nada excepto una joyera que había visto a la hija de Fle en el escaparate de su tienda mirando algo y a un chico hablando con ella. Explicó que no lo conocía y que no se había fijado mucho. Sólo recordaba que llevaba una cazadora negra. Luego se fueron y ella no pudo ver nada más.
Fle asignó a sus mejores detectives para investigar el sitio, a los mejores forenses, a los mejores científicos para que averiguaran si la sangre era sólo de ella y si quedaba algún rastro del asesino.
Fle no se daba por vencido pero tres meses más tarde el caso se daba por cerrado. El culpable no había dejado rastro de absolutamente nada. Era como si esa persona realmente nunca hubiese existido. Una carpeta quedó llena de todos los documentos del caso acumulando el polvo y sin que nadie supiese a ciencia cierta qué había pasado. Era un crimen tan perfecto que parecía obra del mismo diablo.

***

Se deslizaba lentamente por la ciudad de Barcelona intentando encontrar alguna presa. Desde que había llegado no satisfizo la sed más de dos veces. En sus grandes ojos se dibujaba una fina línea color turquesa que se entremezclaba con los tonos verdes. Su pelo, de aspecto rubio pero con cierta semejanza al oro, permanecía perfecto sobre una cabeza simétrica, dueña de unos labios que emergían del infierno. A la vez, ésta residía sobre el esbelto cuerpo del chico, que dejaba entrever con la camisa desabrochada unos músculos que cualquiera podría desear. De hecho, todos le deseaban.
Se colocó la capucha y salió de las sombras. En mitad de la plaza se alzaba una estatua de alguien importante, estaba bastante rota y poco quedaba de ella. El sitio estaba rodeado de unas casas viejas, y a lo lejos, el mar. El panorama era poco apetecible. Corazones viejos, otros demasiado inmaduros, algunos incomprendidos y una serie de corazones oxidados. Echó a andar por varias calles, de antiguas a modernas gradualmente, hasta llegar al centro, pues había buenas víctimas. Olió y sintió todos los corazones que se encontraban allí. En unas centésimas de segundo notó que uno de ellos se escuchaba por encima de los demás y encontró el corazón más bello que jamás había latido sobre la faz de la tierra. Su dueña era una chica joven. Pero no parecía una cualquiera. Tenía un pelo color carmesí, unos rizos voluminosos que le llegaban hasta la mitad de la espalda y unos ojos marrones poseedores de un brillo antinatural. Su figura era extremadamente delgada, pero era eso lo que la hacía aún más increíble. Llevaba una camiseta Casual que se le ceñía al pecho y unos pantalones negros de satén.
En ese momento, Adam creía que se volvería loco. La sed le nubló totalmente la mente y todos sus sentidos se dispararon. Cada vez que tenía una presa, su instinto cazador se apoderaba de él, pero esta vez sentía algo tan fuerte, que si hubiese tenido corazón, le habría explotado de la presión. Se alejó unos metros, a donde no pudiese ver a la chica, y se tranquilizó. Era un rey con experiencia y sabía que si se ponía tan nervioso perdería a la chica y eso no entraba dentro de sus planes.
La chica estaba mirando un escaparate de joyas bastante caras, y por su aspecto no parecía tener prisa alguna. Adam se acercó y movió la cartera de ella al suelo.
-Perdone, se le ha caído esto. –lamentó él.
Hasta el momento ella no había reparado en el chico. No le hizo falta mucho tiempo para sentir un sentimiento exageradamente intenso de estar cerca suyo. Se le aceleró el corazón y tenía la respiración entrecortada. En eso consistía el encanto de los de la raza de Adam. Un terrible deseo de aferrarte a ellos constantemente, un terrible peligro que te acercaba poco a poco a la muerte.
Adam devolvió la cartera a la chica.
-¿Le apetecería tomar un café? – contestó ella muy agradecida.
-De acuerdo. - aceptó.
- Vayamos donde usted quiera. –ofreció la chica.
Dentro de él se producía una increíble fascinación por ella. Ansiaba enormemente su corazón, tenía demasiada sed.
Entonces, se la llevó por un callejón. Por muy extraordinaria que fuese la chica, seguía siendo simplemente humana. El deseo se apoderaba de ella y era de eso de lo que se aprovechaba Adam para así robarle el corazón y saciar su apetito.
Al llegar al callejón, Adam se paró y la chica al verle, también. El corazón de ésta, cada vez latía con más fuerza, como si llamase a Adam, y la desesperación agarrotó sus músculos.
Ivett sentía que conocía al chico de toda la vida, que podía confiar en él sin más, sin siquiera saber su nombre ni su procedencia.
Se reclinó en la pared, y con ella Adam apoyó las manos también.
El chico acercaba lentamente su rostro hacia ella. La chica pensó que se besarían, que aquel ser de apariencia perfecta la haría fundirse en un beso como el placer más exquisito a sus labios. Pobre chica… qué poco conocía el infierno y qué inocente que era. Él cambio su posición y el delicado movimiento del chico que acabaría con ella la dejó sorprendida.
Adam se sentía un asesino, el más brillante y cruel rey de corazones.



L.P.G


En els propers dies... Més entregues dels "Relats fets a classe". Una bona mostra de la magnífica feina feta pels alumnes de 3er d'ESO.

Que ho continueu disfrutant!




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