miércoles, 18 de marzo de 2009

Relats fets a classe II

Historia de Nadia

No soy más que un cuerpo muerto. Él se la llevó. Se llevó a la mujer que tanto quería, llevándose consigo mi alma. Mirando por la ventana, las lágrimas florecen de mis ojos. Si hubiese llegado cinco minutos antes la hubiese salvado. Sólo cinco minutos... Siento que en cada gota de agua, que se desliza por mis enrojecidas mejillas, se me agota la energía. No sé si soy capaz de olvidarla. No creo que sea tan fuerte. Todo es tan reciente... No lo asimilo. O no quiero asimilarlo. Todo fue tan deprisa...
Sonó el despertador aquella mañana de invierno. Otro día, le susurré a la nada. Pero tenía que reconocer que ningún día era igual cuando tenía a Audrey a mi lado. Nunca había sentido eso por nadie, y estaba completamente seguro de que nada lo podría cambiar. Ella te transmitía todo lo que necesitabas. Era como si alguien hubiese bajado a un ángel del cielo. Por eso, desde que la vi supe que algo nos uniría.
Fui directo al baño para darme una buena ducha caliente. Algo me inquietaba. Era extraño.
Me preparé y, como cada día, fui a despedirme. Estaba tumbada y tapada hasta la cintura. Su cabello castaño, rebelde y rizado, acariciaba el contorno de su cara y de su cuello. Por primera vez la vi nerviosa. La besé en la frente con dulzura y me marché.
Llegué por fin a mi despacho, que estaba en una de las tantas comisarías de Manhattan. Dado que era lunes, la quinta avenida estaba colapsada, a pesar de ello llegué sólo veinte minutos tarde.
Pasaban los días y mi trabajo se hacía más monótono. No había casos por resolver, era una buena noticia, pero yo me aburría muchísimo. Así que fui a tomar un café.
Era un local pequeño. Por el estado de las paredes, deduje que le hacía falta una buena capa de pintura. Las mesas parecía que estaban colocadas al azar; no seguían un orden. Me senté en una mesa junto a una modesta ventana. La suciedad del cristal no dejaba pasar grandes rayos de luz, pero no me importaba. Esa obertura se asomaba a una calle muy pequeña y sencilla. Lo único que me llamó la atención fue un hombre que no sobrepasaba los treinta años. Su cabello era oscuro y lo llevaba atado con una coleta. No podía verle los ojos, ya que llevaba unas gafas de sol. Ese tipo de lentes nunca lo había visto y, sinceramente, me resultaba fascinante. Se quitó las gafas y se percató de que lo observaba. Cruzamos una mirada fugaz de indiferencia y le di el primer sorbo al delicioso capuchino que había pedido minutos antes.
Salí del local en busca de alguna floristería ambulante. Encontré una dos calles más bajo. Tenía ganas de regalarle a Audrey un ramo de rosas azules, su flor favorita.
Cuando acabé, llamé a mi compañero, Martín; un tipo insólito, agradable y sobretodo, gran trabajador, para que le comunicara al señor Farrow, el comisario, que me iría a casa. Con Martín, nunca llegué a conectar del todo, pero era bueno tenerlo cerca, ya que te transmitía optimismo. Como no había problema, me fui a casa.
Subía las escaleras del último piso para llegar al mío. Había un pequeño sobre en la puerta pegado con adhesivo. Será de Audrey. Irá a comprar el pan o algo parecido, pero habría sido mejor que me lo hubiese dejado en la nevera o en el sofá, sin ir más lejos. Lo abrí. Esto es algún tipo de sueño y todavía no he despertado,¿ verdad?. No acerté. Esto era la realidad. Un folio. Un texto. Un sobre. Y Audrey secuestrada.
Acabas de entrar en este maldito juego y yo pongo las reglas. En cada sobre que encuentres, habrán una serie de pistas que tendrás que descifrar. Cuando las hayas resuelto, tendrás que dirigirte a un lugar concreto. ¿Hace falta que te diga lo que le pasará si no llegas a buscarla a las 0.00h de esta noche? Te lo diré por cortesía. Morirá. Pero no será una muerte rápida, tengo muchos planes para ella.
Primera pista: Bajo un árbol la viste por primera vez.
Buena suerte, Justin Craft.
No pude contener la rabia, así que descontrolé mis extremidades un segundo y lo único que me hicieron pagar fue un gran dolor cuando descargué todo ese sentimiento contra el frío suelo. Pero me dolía más el pensar ahora en aquel gran infeliz.
Eran las 15.30h. No me hizo falta mucho rato para acabar sabiéndolo. El árbol que hay al lado del estanque, en Central Park. Eso era como buscar una aguja en un pajar. Tenía que haber algo para acordarse de aquel árbol justamente. Algo tendría de especial. El cuaderno de dibujo de Audrey. Solía dibujar todo lo que se le pasaba por la mente. Con algo de suerte, puede que haya dibujado esa misma escena. Y así fue. Abrí el cuaderno y en uno de sus muchos dibujos lo encontré. Era un árbol con una casa para pájaros y un banco de madera al lado.
Bajé las escaleras aceleradamente y me dirigí al coche. No vivía muy lejos de Central Park, pero siempre ganaría un poco de tiempo. Llegué en diez minutos. Corrí desesperadamente hasta el rincón del dibujo de Audrey.
Me fijé en todos los árboles, pero sólo en uno vi la casa para pájaros y el banco. Justamente, pegado en el tronco de aquel inmenso árbol, se hallaba el sobre con otra de las pistas para poner encontrar a Audrey. Esta vez ponía que el próximo sobre estaría en una de las salas favoritas del museo de arte de Manhattan. Lo bueno de ello es que estaba cerca de él.
Corría el tiempo. Eran las 19.50h y sólo había resuelto cinco pistas. En la última que encontré, el maldito desgraciado me confirmaba que me quedaban otras cinco pistas para acabar con el juego. Como le pase algo a Audrey, juro que te mataré, me solía decir a mí mismo, cada treinta segundos.
El Museo de Arte, uno de los muchos teatros de Broadway, el hospital donde ella nació... Había recorrido todos esos sitios y muchos más cuando eran las 22.30h. La última pista señalaba al Marcus Garvey Park. Me apresuré a encontrar la caseta del vigilante del parque. Las 22.45h. No la encontraba. Las 22.50h, tampoco la hallaba. A las 22.55h visualicé a lo lejos una pequeña casa de madera con luz en su interior. Corrí sin importarme cuantas veces me cayera, sin importarme nada que no fuera ella. Una vida dependía de mi carrera hacia ese refugio. Pero no era una vida cualquiera, era la vida de la mujer que más apreciaba mi corazón. Las 22.57h, un poquito más, un poquito... Las 22.59h, ya estoy, aguanta un minuto Audrey, por favor. Las 0.00h. Abrí la puerta. Sobre la cama yacía el cuerpo de una joven, sin vida. Aceleré hacia ella. La mecí en mis brazos y robé de sus labios el último beso, el más amargo de todos. Mientras, en mi mejilla, corrían las lágrimas de un joven con medio corazón.
Me tumbé en la cama. Agarré con fuerza la única señal para poder descubrir quién fue su asesino: unas gafas de un modelo que sólo había visto una vez en la vida. Le juré a Audrey que como le pasara algo te mataría.

N.V.P

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