martes, 24 de marzo de 2009

Relats fets a classe IV

Atrapada en un recuerdo

Este recuerdo tan efímero me amarga por dentro; es una sensación de llamas abriendo camino dentro de mi frágil corazón. Tal vez sea porque el pasado no se puede borrar, por mucho que lo intentes con todas tus fuerzas. Tal vez sea porque recuerdo hasta el aroma de aquel atípico callejón. Tal vez sea porque cada vez que lo pienso tengo la sensación de que mi cuerpo pesa el triple; me hundo en la más oscura de mis pesadillas, y mi respiración va disminuyendo hasta el punto que apenas siento mis latidos. Es mucho peor que la inconsciencia, sí, mucho peor. Porque lo que lo diferencia es que estoy viva, y siento y recuerdo cada detalle. Sí, es eso: lo peor de todo esto es que yo sigo viva. Aunque la verdad es que por dentro me siento muerta, vacía. Nada se esconde ya en mi interior. Ni una pequeña ilusión, ni una pequeña fracción de amor... Nada de nada. Es como si fuese una caja sin nada en su interior; fácil de romper. Pero soy una caja metida dentro de una habitación, rodeada por cuatro paredes, y la única compañía que tengo es un viejo colchón, más antiguo que esta sensación de amargura en mi interior, y una vieja lámpara, de fino metal deteriorado por el paso de los años, que ni siquiera funciona. Me pregunto si la persona que estuvo aquí anteriormente, escribía como yo, porque, con apenas luz, tan sólo puedo escribir cuando el sol se pone y, aún así, apenas tengo claridad suficiente. Aunque debo admitir que mis dilatadas pupilas ya se han acostumbrado a la escasez de luz.
Casi viva, sola, y entre rejas, a mis veintitrés años, lo único que deseo en estos precisos momentos es otra compañera de habitación, sí, eso mismo, una nueva amiga.

Otra vez esta sensación de pesadez, la odio. Todos mis órganos se convierten en algo insignificante al lado de esta maldita sensación. Se queman en el fuego que en mi interior habita; es algo que ya se ha adueñado de mí y sale a pasear cuando mi celebro hace lo peor que puede hacer: recordar. Pero, ya no puedo dañarme más, he llegado a mi limite, de hecho llegué hace muchísimo tiempo, y recordar de vez en cuando no va mal... Total, ¿Qué más puedo perder? Es una pregunta absurda cuando no tienes ya nada que perder.

- Es hora de comer.- dijo una voz anónima.

-No tengo hambre. Puedes quedarte ese plato tan delicioso- apenas pude contestar con tono sarcástico.
-No durarás mucho más si sigues sin comer, y te lo puedo asegurar.- prosiguió
-Tampoco creo que dure mucho más si como esa repugnante comida, gracias. Y ahora, ¿puedes irte? No me gusta la compañía.- Mentira pensé para mis adentros.
Sin rechistar, oi los pasos conforme se iba alejando aquel conocido. Le odiaba, aunque apenas le conocía. Le odiaba con todas mis fuerzas, si es que aún me quedaban.
Pero, para hablar de ella, siempre me quedan fuerzas. La palabra “amiga” me hacia estremecer aunque al mismo tiempo era una palabra que resumía tantas cosas... Sensaciones sobre todo, ya que ella era la única que sabía verdaderamente si en mi interior quedaba algo de bondad. Ella era la única por la cual esa sensación de llamas en mi corazón se estremecía hasta el punto de convertirse en lo contrario, y dejar paso al más puro sentimiento: al amor... Ella era la única a la que liberé este peso que llevo encima durante tantos años, mi mayor secreto, el secreto por el que ahora estoy en esta oscura y desierta habitación. Ella, ella ella, volví a pensar para mis adentros.


Un estruendo me hizo abrir los ojos de modo exagerado. Mis pupilas se dilataron por la atípica luz de la habitación. El golpe fue como si un gran peso hubiese caído cien metros de altura contra el suelo y se hubiese hecho pedacitos. No quería ni pensar qué objeto pesado se les había ocurrido traerme, cuando abrí los ojos y la vi en el suelo retorciéndose de dolor. A pesar que su cabello largo y rubio le tapaba casi toda la cara, pude comprobar que se trataba de una joven de mi misma edad, más o menos, y que era verdaderamente guapa. Escuché también el ruido de las rejas al cerrarse de otro tremendo golpe; alcé los ojos y vi al jefe de policía mirando con cara de desprecio y odio a la joven que permanecía en el suelo. ¿Por qué tendría que haberle dado semejante empujón? Sólo se trataba de otro crimen más. Ella se incorporó como pudo; se sentó en la esquina de la habitación y colocó su cabeza con esa preciosa melena suya entre las dos piernas; supongo que le dolería bastante la cadera ya que tenía las manos presionándose el costado derecho y su expresión era de dolor. Yo también me incorporé con las pocas fuerzas que me quedaban
hacia donde mi nueva compañera de habitación se encontraba, me senté a su lado y la contemplé durante varios minutos. Sí, era verdaderamente guapa, ahora que podía verla con claridad. Después de varios minutos transcurridos tuve el valor de preguntarle lo primero que se me pasó por la cabeza:

-¿Estás bien?- Alzó el rostro de modo exagerado y me miró con unos ojos de incomprensión como si se extrañara de que alguien la tratara diferente a como el jefe de policía la había tratado anteriormente.
-Sí... bueno, no es nada, sólo un golpe-entrecortadamente me respondió.
-¿Cómo te llamas?
-Sue, ¿y tú?-me preguntó con interés
-Jennifer, me llamo Jennifer. ¿Puedo verlo? El golpe quiero decir, quizás tengas herida...
Sin contestarme, deslizó su brazo hacia la cintura, se cogió la sudadera y la estiro hacia arriba para que pudiera contemplar el tremendo golpe.
Una gran mancha púrpura adornaba su gélida piel. Puse gesto de dolor en cuanto lo vi y ella se debió dar cuenta cuando sin más se bajó la sudadera y me concedió una sonrisa.
-¿Por qué estás aquí?-me atreví a preguntarle.
-Una larga historia.-
-Tenemos tiempo suficiente-Le contesté, ofreciendo que se tumbara en aquel colchón que ahora teníamos como cama compartida.
-Supongo que tampoco es tan larga-confesó entrecortadamente.-Verás... Resumiré un poco porque no quiero entrar en detalles, digamos que... He sido cómplice de un asesinato.
Vaya, ya somos dos, aunque yo he sido la protagonista del crimen pensé para mis adentros.
-Y tú, ¿Por qué estás aquí?-prosiguió.
¡Maldita sea! Por qué tendría que preguntarle el motivo de su presencia aquí, si ya sabía la respuesta. Ya sabía lo que vendría después de confesarme su historia. Sin pensármelo dos veces mi cerebro actuó de una manera sorprendente y empecé a narrar mi historia, pero al contrario que ella, yo sí que le di detalles y demasiados.


Todo empezó cuando yo era una niña. Tendría por entonces siete años. Era una niña feliz. Mi casa siempre estaba llena de amigas ya que era muy afortunada en eso. Mi padre, Fred, era empresario. Mi madre, Marie, era ama de casa. Consideraba que tenía los mejores padres del mundo hasta que empezaron las discusiones y un día descubrí a qué se debían éstas. Vi a mi padre golpeando a mi madre. Todo se me vino abajo ese día, porque por muy pequeña que fuese, de alguna forma, era madura por dentro, muchísimo más que todas mis amigas. Mi padre pegaba a mi madre. No era ni la primera ni la ultima hija implicada en un asunto como éste y sin poder hacer nada ya que la policía lo tomaría como una niñería de críos.
A los diecinueve viví
la mayor de mis pesadillas.
Un día, después de llegar de la universidad, girando por la esquina de la calle donde vivía, a poquísimos metros de la esquina se encontraba mi casa, escuché unos golpes y gritos procedentes de ella, al principio me asusté y me apresuré por llegar, pero, después... conforme fui entrando a través del jardín, me asusté aún más de las consecuencias de aparecer por allí en esos momentos. Cogí las llaves de mi mochila y no me lo pensé, sabía lo que estaba pasando allí dentro: mi madre estaba en peligro. De pronto, un fuerte grito hizo que se me cayeran las llaves de la mano. Las cogí. Abrí la puerta. Mi madre estaba en el suelo con una gran herida en el pecho y una gran hemorragia que destacaba en todo el comedor. Casi no se podía sentir su corazón latir. Mi padre contemplaba el rostro gélido y sin vida de mi madre.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza en ese momento. Me quedé petrificada delante de ellos dos sin poder articular palabra alguna. La mochila que llevaba colgada en mi espalda se deslizó sobre los hombros y los brazos. La dejé caer. Al escuchar el fuerte ruido de la mochila golpeando el suelo, mi padre me miró. Contemplé el horror que le causaba mi presencia allí, pero no creo que sintiera horror o lastima por ningún aspecto más de la situación. Un mar de lágrimas empezaba a brotar de mis pequeños ojos y sin pensármelo dos veces salí corriendo en dirección a la comisaría a denunciarle.
-¡Jen, Jen... No es lo que piensas! ¡Vuelve aquí!-me ordenó.
Ni siquiera le concedí una mirada. Salí corriendo a toda prisa, la comisaria estaba situada a pocas manzanas de allí. Corrí tanto como pude y cuando estuve allí, entré. Con el corazón en la garganta a causa del esfuerzo, pero tenía que hacerlo, era mi madre y él, ni siquiera le consideraba padre después de esto.
-Qui-e-ro de-de.- Se me entrelazaban las palabras.
-Tranquilícese, por favor.Cuéntenos con calma.-Una voz serena, paciente.
Se trataba de la jefe de policía de la ciudad, Jane.Al alzar la vista vi que estaba acompañada por dos hombres más.
Cuando logré articular palabra les conté lo sucedido, y después de haber resumido mi historia de años atrás, me atreví a decir las palabras que más me dolían:
-Quiero denunciarle por agredir a mi madre.-Esas palabras me atravesaron el corazón y se clavaron dentro de mí.
-Su denuncia será realizada, por el momento, iremos a detener a Fred y a investigar los hechos. Usted aléjese de la ciudad. No le conviene permanecer cerca de aquí. Estaremos para lo que necesite, ya sabe.-advirtió el compañero de la jefe, acompañando sus palabras con una ancha sonrisa.
Salí de la comisaria y me dirigí hacia la estación de tren. Cogí el primer tren que había y bajé en la última parada que hizo éste. Me hospedé en un hotel cercano a la estación donde ahora permanecía y esperé alguna llamada telefónica. Recibí un aviso de la comisaria de Washington; me informaron de que mi padre se había escapado fuera de la ciudad y que ahora estaban rastreando su pista.
Iban pasando los días y ninguna llamada más, nada de nada. Yo, mientras, añoraba cada noche la ausencia de mi madre y me dolía haber descubierto que mi mayor enemigo en la vida era, precisamente, mi propio padre. Una noche, decidí salir a cenar algo a un restaurante alejado del hotel para olvidarme de aquel antro. Accedí a él de forma rápida a través de un pequeño callejón que al principio parecía no tener salida, pero conforme ibas avanzando te percatabas de la existencia de una tenue luz del final. Me sorprendí al escuchar unos pasos detrás de mí, era de noche, iba sola y más que sorprenderme, me asusté. Giré el rostro para comprobar que sólo eran imaginaciones mías, pero me equivoqué. Un hombre corpulento, al que apenas se le veían los ojos por el pasamontañas que le tapaba la cara, se encontraba a escasos metros de mí. Aceleré el paso, pero fue inútil. Me aferró la mano y sentí un fuerte golpe en mi cabeza; sentí también otras sensaciones que prefiero no especificarte, ya que no son agradables de recordar.
-Te dije que volvieras.-una voz susurró en mi oído.
Después de eso, me quedé sin fuerzas y cuando abrí los ojos me encontré en medio del callejón con apenas ropa, llena de manchas púrpuras. Una mancha de tono rojizo adornaba mi pelo rubio, se trataba del golpe que me había dado contra el suelo cuando el desconocido me empujó.
¡ Me sentía tan utlizada en esos momentos! Pero yo era fuerte. Me incorporé como pude. Recogí mis cosas y regresé al hotel.
Una vez allí, llamé a la comisaría.
-¿Policía?-pregunté con ansia.
-¿Sí? Comisaría de Washington.
-Me puede pasar con la jefe de policía Jane, por favor. Soy Jennifer.
-Si, un momento por favor...
-Jennifer, ¡cuánto tiempo! ¿Qué sucede?
-Jane, quiero que investiguéis. Esta noche he tenido un pequeño incidente. Verás, esta noche me han…
-Jennifer, ¿te han atacado?-preguntó desesperada.
-Veo que las pillas a la primera. Sí Jane, pero lo peor es que sospecho de alguien y creo que es él. Él vuelve.
-Jennifer, tranquilízate. Estamos rastreándole. Hacemos lo posible para que todo se solucione y, ahora, mantente al margen. Lo mejor sería que volvieras aquí. Te protegeremos. ¿De acuerdo?
-Sí, eso está bien... Nos vemos pronto Jane.
-Te espero Jen.
Volví a mi ciudad a pesar de que eso me producía naúseas. La policía empezó a investigar y yo junto a ellos. Después de meses de investigación, descubrieron lo que yo ya sabía. El violador
fue mi propio padre. Sabía dónde se hospedaba en estos instantes. Sin ningún escrúpulo, me introduje en mi bolso una de las pistolas que le pude sustraer a uno de los policías sin que se diera cuenta, y salí hacia la casa donde antes vivía junto a mi familia, con el corazón en la garganta, los nervios a flor de piel pero las ideas muy claras. Él mató a mi madre, e intentaba hacer lo mismo conmigo y no lo iba a conseguir si acababa con su vida primero. Abrí la puerta de la casa y lo vi allí sentado en el sofá, mirando la entrada..Era como si supiese lo que le venía encima. Nuestras miradas se cruzaron
-Aquí estoy papá. – Deslicé mi mano hacia el bolso apretando fuertemente en ella la pistola; puse el dedo índice en el gatillo y lo apreté hasta que la bala se deslizó hacia su torso. Me invadió
una sensación de paz en mi corazón a la vez que me arrepentía una y otra vez de lo que acababa de hacer. Pensé por un momento en irme con él a la otra vida, pero no quería permanecer ni un segundo más junto a la persona que me había hecho tanto daño, aunque sabía que una parte de mí, un trozo de mi corazón, le amaba con una fuerza sobrehumana.

M.T

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